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9 de abril de 2010

Cincuenta mil folios


MI hija Carmen viajó a Madrid para ver a su grupo favorito, Tokio Hotel. La acompañó mi mujer, María José. En el AVE coincidieron con Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda. El superviviente de las municipales del 79 no iba a ver a este cuarteto alemán, los gemelos Kaulitz, nacidos en Leipzig el año que cayó el muro de Berlín, y los otros dos músicos, ambos de Magdeburgo. Mi hija vivió el concierto en primera fila y gracias a los Cuarenta Principales tuvo ocasión de estar con los músicos, a quienes regaló un libro sobre la Semana Santa escrito en alemán por Berthold Völberg, un filólogo de Colonia deslumbrado por el barroco andaluz.
En las inmediaciones del Palacio de los Deportes de Madrid, Carmen vio acercarse a un equipo de televisión del programa El Intermedio que presenta el Gran Wyoming. A un público mayoritariamente formado por adolescentes, el reportero les mostraba retratos de Franco, Pinochet y el sátrapa coreano Kim Jong-il para que los reconocieran. Les hacía preguntas de rabiosa actualidad como "¿cuántas elecciones ganó Franco?" o "¿hay alguna canción de Tokio Hotel relacionada con el caso Gürtel?". Olvidan el Wyoming o el ideólogo de ese programa que en la actualidad la única dictadura fáctica es la de las audiencias que convierte a los iconos del glamour paleoprogresista en esbirros del prime time.

Tensando la cuerda de la idiocia, la única relación que se me ocurre entre Tokio Hotel y el citado caso es que Gürtel, el nombre de este folletón de cincuenta mil folios, significa Correa en alemán. La corrupción no es de derechas ni de izquierdas. No es alemana ni española. La tentación vive abajo, en las alcantarillas de la avaricia. Es curioso. Lo comenté con el compañero Ignacio Martínez. En tiempos de Franco existía el lugar común de que los cargos públicos no tenían remuneración porque lo que no cobraban se lo llevaban bajo cuerda. Y que esa perversión, por un automatismo casi rousseauniano, iba a desaparecer en cuanto la democracia regularizara la contraprestación pecuniaria por el ejercicio de los servicios públicos.
El tiempo ha demostrado que no hay épocas buenas y malas. Que se puede ser honesto en un régimen corrupto y corromperse en un régimen impecable. Uno de los problemas de la memoria histórica es que ha demonizado los tiempos. Ha arrestado el pasado como antes se arrestaba un castillo, un cañón o una mascota. Y resulta que en la democracia hay quien practica la doble contabilidad. No hace falta leerse esos cincuenta mil folios. ¡Qué indigestión! Esas conclusiones caben en un microrrelato de Monterroso. El problema no soy yo, que diría Ortega, sino mis circunstancias.

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